lunes, 24 de febrero de 2020

Letras 35


Observé aquel magnolio que a finales de febrero mostraba su potente personalidad todo en flor. Y pensé que era un síntoma esperanzador; como las estrellas fugaces que se deslizan breves sobre la oscuridad del firmamento, como la buena noticia que aparece entre el vendaval de la vida, como el beso de reencuentro, como unas carcajadas agotadoras, como la voz amiga que se cuela entre la sordera infinita de los problemas. Aspiré para intentar que el perfume de sus flores recién paridas me inundase los pulmones; apenas llegó un sutil aroma, pero sentí que una esencia cargada de alivio se pegaba a mi piel. Por un momento, la sensación de principio, de hoja en blanco entre las verdes, de cosquilleo inédito, me llenó de felicidad. Me pinté los labios de un rosa intenso como el que desprendían sus flores, besé al aire, besé a la vida. Y la esperanza me devolvió una caricia, necesaria y luminosa. Aquel magnolio renacido era el mejor presagio para seguir creyendo en un infinito alcanzable por un ser que, creyéndose vencido, era invencible en cada florecer.