martes, 15 de noviembre de 2022

EL RELOJ QUE NO DIO LA HORA

Antes de pararse y de no volver a bailar al son del tiempo, se sabía de su existencia por el sutil "tic-tac" de sus agujas. Nadie en la casa, excepto Claudia, se percató de que ese día el reloj se detuvo y no dio una de las horas. Ella sí observó este olvido porque esperaba uno de los momentos más importantes de su vida. 

Efectivamente, las dos no sonaron. Las dos era la hora a la que se habían citado en la vieja cafetería del barrio para entrelazar sus vidas, pero esas campanadas no quisieron marcar el pistoletazo de salida a los sentimientos. Claudia llegó tarde, e Isaac ante el retraso, no cedió en paciencia y se marchó apenado por lo que suponía un plantón. 

Claudia lloraba y corría con rabia por su despiste queriendo ganar tiempo al tiempo, no podía creer que el comportamiento del reloj se volvía premonitorio, porque la última campanada que dio fue la una, el sonido más solo que guardaba en su mecanismo, sola como antes estaba y más sola como ahora se sentía, sola con su historia y su campanada, la misma que tintineó al entrar apresuradamente por la puerta del café anunciando su presencia única y vacía como la mesa que se veía al fondo sin él. 

Tras unas semanas sin que ambos hubieran olvidado lo ocurrido, se toparon por sorpresa paseando por la misma plaza, sus miradas se clavaron y sin que tuvieran tiempo de decirse nada, el reloj del ayuntamiento tocó las dos en punto. Los dos y punto.