martes, 27 de marzo de 2018

Tic, tac.

Sólo en los días de descanso, en aquellos en los que le importaba un comino la hora que era, se ponía su reloj de muñeca. Lo miraba con disimulo en algún momento de la jornada, y comprobaba con alegría que la vida se había estancado. Sentía calma. Se imaginaba que dominaba el tiempo y se burlaba del inexistente vuelo de unas manecillas obedientes que seguían la orden de no moverse. Cuando le preguntaban la hora se la inventaba con destreza y le divertía atinar en la diana horaria. Jugaba con los instantes. No le había dado cuerda desde el momento en el que sufrió la pérdida más importante de su vida; porque desde entonces empezó a medir la vida en lágrimas. Pero en los en días de recreo lograba que se detuvieran hasta los recuerdos. Por la noche, a las doce en punto, guardaba el reloj en una cajita y se le volvían a humedecer los ojos con una incipiente lágrima que saltaba desde sus pestañas. Y el tic, tac, tic, tac golpeaba otra vez.

jueves, 22 de marzo de 2018

martes, 20 de marzo de 2018

TINTA ROJA


Llevaba un poema a cuestas. Iba de acá para allá por el diccionario, desorientada por el peso de unos versos. El cansancio al pronunciar sólo palabras esdrújulas le obligaba a caminar lentamente y pisar con debilidad los rasgos finales de sus letras, mientras esparcía comas donde poder respirar. Le daban escalofríos las rimas. La distancia respecto al punto crecía a pesar de llenar el folio de estrofas. No podía conjugar el futuro perfecto que desprendía su lápiz al borrarse con facilidad. Tomo un bolígrafo. Las frases se desordenaban misteriosamente cada vez que las acompañaba de un signo de interrogación, lo que le impedía preguntarse nada ni hallar respuesta alguna. Al agotar la tinta roja y notar que ya sólo arañaba el papel, arrojó el boli furiosa contra el suelo. Cogió aire en los espacios y rechazó los puntos suspensivos de su destino. Abrió el estuche de ceras y pintarrajeó letras sueltas de trazo grueso llenas de colores. Se dio cuenta de que no tenía nada que decir y tachó lo escrito. Los paréntesis le permitieron dejar en reposo aquel poema absurdo que un buen día se esfumó de su mente. Ocurrió al descubrir que la poesía debe escribirse en la piel, y cerró el texto con una exclamación.

Reflexión 78

Nunca el callado invierno pudo frenar la algarabía de la primavera.

jueves, 15 de marzo de 2018

Letras 25

De un tiempo a esta parte, las alegrías son un toque de colorete y las penas echan raíces. He decidido llorar un poco cada día desde que descubrí que era un buen método para eliminar los brochazos de mis mejillas; pero me llevé una grata sorpresa al comprobar que el salitre también ha secado la cepa de un árbol que amenazaba con volverse frondoso y no dejar pasar la luz del farolillo que alumbra la vida. Y da sed la noche, las sombras de lo inevitable atragantan las horas que siento que serán largas, frías y lúgubres, pero un nuevo día pide paso, y a empujones nos echa a la calle para mostrar nuestra mejor versión sin artificios. 
Y hoy llevo la cara lavada para que sólo el sol sonroje mi piel.