martes, 20 de marzo de 2018

TINTA ROJA


Llevaba un poema a cuestas. Iba de acá para allá por el diccionario, desorientada por el peso de unos versos. El cansancio al pronunciar sólo palabras esdrújulas le obligaba a caminar lentamente y pisar con debilidad los rasgos finales de sus letras, mientras esparcía comas donde poder respirar. Le daban escalofríos las rimas. La distancia respecto al punto crecía a pesar de llenar el folio de estrofas. No podía conjugar el futuro perfecto que desprendía su lápiz al borrarse con facilidad. Tomo un bolígrafo. Las frases se desordenaban misteriosamente cada vez que las acompañaba de un signo de interrogación, lo que le impedía preguntarse nada ni hallar respuesta alguna. Al agotar la tinta roja y notar que ya sólo arañaba el papel, arrojó el boli furiosa contra el suelo. Cogió aire en los espacios y rechazó los puntos suspensivos de su destino. Abrió el estuche de ceras y pintarrajeó letras sueltas de trazo grueso llenas de colores. Se dio cuenta de que no tenía nada que decir y tachó lo escrito. Los paréntesis le permitieron dejar en reposo aquel poema absurdo que un buen día se esfumó de su mente. Ocurrió al descubrir que la poesía debe escribirse en la piel, y cerró el texto con una exclamación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario