miércoles, 29 de noviembre de 2017

Letras 23

Azotaba el bochorno cuando descubrió el verdadero olor a invierno; sentía hielo al respirar. Escuchó la noticia y cogió el chal de cachemira que, a partir de entonces, siempre colgaba por su espalda. La tiritona le agitaba el ánimo a pesar del sudor. Sólo entraba en calor cuando dormía, cuando los sueños derretían su heladora realidad. Abrigaba todos los días su corazón y su alma, y por la noches, se encogía como ovillo en su cama y se convertía en escudo de ella misma, de su mente y de su desdicha. Cada día estiraba más y más las horas de sueño para evitar el escalofrío de una vida en la que el único sorbo caliente venía de la mano de una taza café. Las estaciones se sucedían pero nunca acababa de limar la capa de escarcha que se pegó a su piel. Hacía cosas disparatadas para ponerse enferma y recordar, a través de un proceso febril, lo que era el calor. Lo consiguió. Durante los tres días que permaneció en la cama su temperatura no bajó de los 38 grados; pero se dio cuenta de que el calor de una dolencia nada tiene que ver con la calidez necesaria para vivir. Envolvió el chal en papel de regalo y lo tiró en la primera papelera que se encontró. Volvía a golpear el bochorno y tuvo que abanicarse, por fin!     

No hay comentarios:

Publicar un comentario