miércoles, 12 de septiembre de 2018

CRISTALES ROTOS

Esta mañana, arrastrada por un ataque de aventura, decido tomar una calle que hace tiempo que no pisaba. Por un momento, me he trasladado a otra ciudad y fisgoneo todo con detalle. Me sorprende un edificio en ruinas, emana frío por sus ventanas de cristales rotos y por su puerta carcomida por la humedad; dos gatos callejeros han ocupado sus suelos picados, llenos de polvo y restos de orín. El latigazo gélido me obliga a anudarme el foulard y a encoger mi torso. A veces, esto mismo pasa con algunas personas que se cuelan inevitablemente por las brechas de la vida. Ahora entiendo, que quizás, ellas también estaban en ruinas. 
Entro en la primera cafetería que veo y pido un café, "caliente, por favor". La camarera sonríe y mientras me da los buenos días, pulsa la tecla para moler el grano. Con el primer sorbo al con leche humeante, pienso, agradecida, en la gente que huele a café recién molido y que aporta abrigo a mis días. 
Seguramente, cuando vuelva a pasar por esa calle, hayan derribado la casa y ya no queden ni escombros. También, por arte de magia las personas en ruinas desaparecen para siempre de nuestro lado y de repente se va el frío. 
Guardo el pañuelo en la mochila que ya no pesa. 

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