jueves, 30 de mayo de 2019

Letras 32

Aprendió a llorar lágrimas secas. Se creía poderosa haciendo esos malabares para ocultar sus sentimientos más profundos y dolorosos. Notó, al poco tiempo, que unas arrugas le cruzaban la cara, algunas se deslizaban desde el nacimiento de sus pestañas hasta la comisura de los labios y otras se esparcían por sus párpados apagados. Desconocía que la sal de las penas surca la piel y se enquista en el alma. De tanto nadar ahogándose acabó por hundirse, sin liberar lloros, sin saborear el lado salino de la vida. 
Los asistentes a su funeral comentaban que últimamente había envejecido mucho y poco más... Esos ciegos impasibles no chocaron con su pena de cristal que, tan transparente y frágil, permaneció oculta hasta la eternidad.   

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