El río en cambio, baja menguado y silencioso, necesitado del brío de las lluvias de otoño.
El sol ciega al caer la tarde, pero sus rayos me resultan igual de sabrosos que ese lengüetazo a la tapa del yogur para rebañar su contenido.
En pleno parpadeo confundo una sombra contigo; mientras tanto se posa un jilguero en mi hombro, es sólo un segundo, pero me parece un instante infinito. Alza el vuelo y le sigo con la mirada.
También vuela uno de mis suspiros profundos, y llega a ti a través de esa hoja que al caer se enreda en tu pelo.
Vuelvo sobre mis pasos.
Antes de regresar a casa entro en el supermercado a por un cargamento de yogures, que no caduquen, como el amor que siento por ti.
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