jueves, 10 de octubre de 2019

PLUMAS

Fue en una extraña mañana de otoño cuando te acompañamos para verte volar; nunca un empujoncito había dolido tanto, pero fuiste tú mismo el que desplegaste tus majestuosas alas y trepaste por una escalera imaginaria hasta lo alto de la montaña, allí donde todo lo puedes ver sin ser visto. En esa suspensión delirante, después de haber sido todo corazón, te transformaste en alma que brilla y fuiste libre por fin. Mientras planeabas, agitabas con brío tus plumas para rociarnos con algunas de ellas a modo de confeti; lo entendí como una bonita forma de despedirte, pero ahora me doy cuenta de que pretendías lanzarnos un esqueje del que broten nuestras propias alas. Es labor de cada uno hacerlas crecer tanto, y tan bien, como para llegar allí donde aguardan los sueños, donde todo es cariño y refugio. Y desde entonces, todas las mañanas son igual de raras, pero las cosquillas que siento cuando medran mis alas me hacen reír; y así empiezo el día, riendo y con la certeza de que puedo llegar donde me proponga con mis revoloteos torpes y mis acrobacias invisibles para los que miran en el suelo el paso de su existencia, porque no saben, ni conocen, que atreverse a alzar la vista y el vuelo no da vértigo sino placer.

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