martes, 18 de abril de 2017

DULCE MEMORIA

Nunca imaginó que conocería las entrañas de la soledad a sus 77 años. Acababa de enterrar a su marido y su única hermana enferma vivía a quinientos kilómetros. Su hijastro huyó ayer cuando la última palada de tierra sonó contra el ataúd de su padre. Apagó el teléfono tras recibir el último pésame que esperaba, el de su sobrino que vivía en Italia. Miró a su alrededor mareada por el silencio atronador de las paredes de su casa, necesitaba ruido, escuchar conversaciones y encontrarse con miradas anónimas. Sintió el abrazo del abrigo de lana. Mientras caminaba con el alma encogida, el penetrante frío la empujó a una chocolatería. El primer sorbo templó su desconsuelo. El mordisco al churro azucarado y recién hecho le trajo recuerdos de su infancia dulce, intensos de juventud y apasionantes de su vida. Sorbo a sorbo llegaron caricias de su madre, juegos entre hermanas, paseos con su padre, amigos y noches de juergas. Y él, su amor, el primer beso, pasión y piel, sus bromas y secretos, sus viajes y la vida. El chocolate en las comisuras de los labios le provocó una sonrisa que acarameló ese instante. Y la memoria endulzó su vacío a sorbitos. 

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