La luna brilla en esta recién estrenada noche de verano,
una noche que ha llegado de repente, por la espalda; trae el final del día y el
tiempo se derrama y se esconde. Algo termina, pero cabe esperar que también
algo comience en un crepúsculo que invita al amor, a la placidez, a la pasión y
a confidencias repletas de sueños. Mutan los colores vivos del ocaso a
transparentes, pero se muestran igual de relucientes por la lluvia de estrellas
que nos decoran este momento de felicidad que llega de la mano de tus caricias.
Pido un deseo, y lo suelto al aire sin pudor; lo comparto con picardía a modo
de burbuja para que explote en la punta de la nariz del geniecillo e invada todo
con el aroma del sándalo de tu piel. Como me lo negará, porque traspasaría la
dicha permitida, le soborno prometiendo lustrar el bronce y azuzar la llama de
la lámpara con el aceite necesario que la mantenga siempre viva. Le enternezco
y aunque se opone a mi capricho, me obsequia con la enseñanza de olvidar los
sueños para saborear plenamente este momento antes de que me lo robe el
amanecer.
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