jueves, 14 de septiembre de 2017

Letras 19

De pequeña siempre pedía como regalo un péndulo, me parecía un objeto lleno de magia. Ya por aquel entonces, me obsesionaba tener poder sobre lo ajeno y sobre lo propio. Como nunca conseguí tener uno, tiraba de imaginación cada vez que me subía al columpio del parque, creyendo que yo misma era ese péndulo soñado que derrochaba poderes paranormales: paraba el mundo, congelaba una sonrisa, movía una pelota, hacía que los peluches hablasen, que los lápices hiciesen solos los deberes o me colaba en otras dimensiones en las que jugaba con duendes y hadas al escondite. Toda esta fantasía se terminó al hacerme mayor, en concreto el día que compré una peonza por la necesidad de centrarme. Y se acabó eso de ir de un lado para el otro, ahora no hago otra cosa que dar vueltas. 

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