Habían pasado dos meses desde su adiós;
sonó como tantas otras veces y parecía uno más. Él creía cada día en un regreso que
nunca llegaba. Esa tarde el estío golpeaba la solitaria acera de su vida. Bajó
con cuidado sus enseres favoritos y recreó su rincón preferido. A la manta se
agarraban aromas de piel. Lloró mientras colocaba el libro que no terminaría de
leer a su lado y cuyo final no se atrevía a descubrir. Con tiza dibujó dos
peces nadando hacia un beso. Uno se quedó en la raspa. Con los restos de su felicidad no había ni
para sobras, sólo quedaban espinas clavadas en su desdicha. Esperó desde la
ventana varias horas a que por fortuna apareciese sentada allí, como siempre
para no irse nunca. La pecera rebosaba un abandono tan profundo en el que sólo
cabía zambullirse para olvidarse de esperar.
Fotografía de Marta SARABIA MAZA, titulada "Como en casa"
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