lunes, 19 de diciembre de 2016

UN KILO Y CIEN GRAMOS

Te quiere, mamá, escuchaba a través del cristal de la incubadora. Esas palabras esterilizadas, aliñadas con amor, eran el mejor alimento que recibía en su obligado retiro. Con solo un kilo y cien gramos se presentó en la vida. Dudando de las fuerzas de la pequeñaja, la ducharon con un bautismo de emergencia, que evitaría el limbo si un traspiés vital acontecía. Tras dos meses de solitaria existencia, decidió que se fugaría esa noche por el orificio redondo del habitáculo. Sus planes se frustraron cuando los brazos de su padre y un tierno beso le dieron la bienvenida al mundo. Descubrió la felicidad.

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