Como si de una plaga venenosa se tratara, evita entrar en una iglesia y esquiva cualquier trato con clérigos, monjas, alevines y simpatizantes devotos. Profesa el ateísmo y su aversión religiosa le señala como un maniático loco y rebelde. No acudió tan siquiera al entierro de su madre y fue condenado al olvido por su beata familia, de arraigado pasado católico y notorio presente cristiano. Ignoran que con siete años dejó de creer para empezar a rezar cuando el cerrojo de la sacristía giró mientras la sotana se abría para atrapar su inocencia. La mayor bendición fue escapar de la secta y abrazar la divina soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario