miércoles, 25 de mayo de 2016

LAS SANDALIAS GASTADAS

En esa calurosa mañana decidió calzarse aquellas viejas sandalias. Se sorprendió gustosa al comprobar que seguían encajando como un guante en sus pies, las observó, estaban gastadas y algo ajadas por el implacable paso del tiempo y por las vivencias recorridas y hasta pisoteadas con ellas. Sonrió levemente con esa sonrisa que tan sólo aparece cuando los gratos recuerdos y las lindas sensaciones se adueñan de uno. Habían perdido color, seguramente los rayos del sol incidiendo en las ociosas tardes de verano hayan tenido gran parte de culpa. Algunos de sus adornos habían desaparecido y se intuía la tela sobre la que estaban cosidos, era de color bronce. Pensaba en la posibilidad de que algún abalorio, se hubiera quedado enterrado y por decisión propia, en la arena de aquellas playas que descubrió, y cuya belleza salvaje invitaba a vivir permanentemente en ellas; otros, en cambio, se habrían caído durante los bailes que se marcó, en ocasiones hasta el amanecer, al compás de las canciones que la hacían vibrar. Pero de uno de ellos, la bolita plateada que guardaba un pequeño cascabel en su interior, era totalmente consciente del momento en el que se desprendió; fue en una cita con su amor, notó cómo se soltaba y caía mientras ella corría hacia sus brazos llena de emoción y de sensaciones; no se paró a recogerla, oyó su tintineo contra el suelo y no pudo hacer más, se quedó allí, rodando por la acera impulsada por la ligera brisa del anochecer. Del resto de los adornos que faltaban nada se sabía, quizás alguno se soltó con la misma sutileza y a la par que su ropa, siempre que él la desnudaba; otros podrían haberse quedado en alguno de los países que visitó, no importaba, le gustaban esas sandalias y lo que le hacían rememorar. Cesaron los recuerdos, se las anudó y salió a la calle para gastar el día y quién sabe si para encontrar, por sorpresa, ese revoltoso cascabel. 

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